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Recomendación literaria: NAUFRAGIOS, de Karla Sotelo

Escrito por Paulina Solís Alvarado en Miércoles, 17 Febrero 2021. Publicado en Escritores BCS , Escritores Sudcalifornios , Libro Recomendado, Libros de BCS , Poesía, Poesía de BCS, Presentación de Libros.

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En nuestra tradición, el navegante desventurado ha sido, desde Ulises, un tópico literario que conforme se desarrolló, fue adquiriendo un carácter simbólico que llevó al individuo a la búsqueda de tierras internas que le permitan asentarse para finalmente reanudar, o bien, comenzar, la vida. Quedan así dos posibles maneras de moverse: por fuera, como lo hizo el héroe partiendo de Ítaca, o por dentro, como lo describe Altazor y posteriormente nuestro varado Sinbad, en sus viajes a través de la  poesía. Los Naufragios de Karla Sotelo oscilan entre ambos tipos. Representan el primero porque las imágenes de la barca y del mar son una constante –se trata de un naufragio en el sentido etimológico– pero encajan también con el segundo tipo, porque la barca en realidad se hunde en el viaje introspectivo.

El poemario consta de 48 poemas en verso libre, algunos con líneas de apenas dos sílabas, que conviven armoniosamente con otros de hasta dieciséis, creando en su mayoría un ritmo de vaivén sencillo, que recuerda a la ligereza de una panga flotando sin apuro. Y es que los naufragios no son la ocasión violenta de la pérdida del rumbo, sino que se trata de la cualidad misma sobre la que la voz lírica gesta su vida: se muestra que, ante la lucha quijotesca del ser expulsado al mundo, el verdadero naufragio, es el no-naufragio. Y por tanto enuncia que la vida:

sin objetivos ni rumbo
es mucho más clara (39)

La escritura surge aquí como necesidad, como puente para el diálogo con uno mismo porque se tiene plena consciencia de las facultades nominativas del humano. Para la voz lírica, como debe ser para cualquier poeta, la palabra, si no es sagrada, sí se tambalea entre los límites de lo sacro y lo mundano, que aquí se presentan conjugados, en versos que no tratan de ocultar al sujeto, sino que lo develan desde lo más íntimo (y por lo tanto, universal) de la soledad: de la involuntaria soledad del autoexilio necesario. Si como afirma Heidegger, “el lenguaje es la casa del ser”, la palabra poética es la que nos permite la exploración de esos espacios. 

La primera parte del poemario presenta un planteamiento de ese problema: el del objeto perdido antes de ser retenido por completo en la memoria a largo plazo, desentrañado, extirpado sin oportunidad siquiera de defenderlo, por eso el miedo verdadero no es el de la pérdida material (ineludible), sino el de la otra pérdida, el del olvido y la imposibilidad de nombrar, representada en el viento, y que mudará, junto con otras que se irán desarrollando, en una pérdida ontológica:

¿cómo será tu cuerpo después del ocaso
cuando ya nada te nombre? (24) 

Para emprender un viaje debe haber, si no un camino trazado, por lo menos un punto de partida y uno hipotético de arribo, aunque sea el mismo de origen. En Naufragios, los sitios dibujados, o más bien, los caminos hacia esos sitios, son los del pasado, de aquél que no se anhela por lo que se vivió, presenció, o se tuvo, sino por lo que se ha sido (o se sigue siendo), y por lo tanto, de lo que nunca terminará de pasar. El sujeto, como refugio o condena, siempre convive con él en sus adentros, mientras paulatinamente, éste se transforma sin desaparecer, dando pie, gracias a cierta distancia crítica, a momentos de reflexión; por eso el poema nos dice, cuando la nostalgia invade el cuerpo, que:

somos un entramado de tecnologías
y un cúmulo de emociones
prehistóricas

Esas emociones pre-históricas se remontan al inicio de la vida misma

en estos pasos de recién nacido
que buscan intemperados elevarse de nuevo (22)

o hacia el inicio de la historia personal, en donde se cocinan los primeros recuerdos y surgen los traumas de la que fue huérfana a los siete (27). Así, la voz encuentra refugio del presente que no la reconoce en los rescoldos de su primera niñez, una que, con los lentes de la melancolía, parece ser mejor de lo que en realidad fue, y hace que el cuerpo se pierda navegando:

por las habitaciones de la infancia
y por esta vida adulta que no cabe en ninguna parte (38)
 

Gracias al hostil tiempo que parece conglomerarse en quien no está listo para recibirlo, lo

material avanza y lo mental prevalece. En ese proceso de asimilación y reconfiguración

(forzada, obligada por las mismas circunstancias) se devela ante el lector el verdadero 

conflicto, el origen del naufragio: que el mar es el tiempo y que el cuerpo es un ebrio

barco [44].

Sin embargo, la voz es optimista, no se sumerge del todo en la marejada de días. Construye, a través del autoconocimiento, el caricia autoerótica y el encuentro con el Otro, pequeñas islas que le permiten tener un instante de reposo, un reposo que a veces, en un sentimiento materno, es dado a luz:

Me gusta ver cómo el tiempo pasa por mis manos y esperan-
zadas sostienen una calma de arrullo materno (61) 

Gracias al reconocimiento y apapacho del cuerpo se pueden formar nuevos espacios que reemplacen a los del pasado, pero que es menester estar reforzando constantemente, pues sus cimientos nunca serán fuertes. Estos espacios, aunados sí, a la optimista, pero también desgastante, tarea de construirlos, parecen ser creados sólo para derrumbarse. Y la voz lírica, ante titánica tarea solitaria de construirse una isla que la salve, en la página 42, confiesa desesperada: 

estoy cansada
y pasa que estos días 
no me dibujan 
no me reconocen

por lo cual, 

por dentro y desde mis entrañas
construyo edificios que por las noches
se derrumban (43)

A este mar de tiempo se le suma un mar de violencia en la ciudad de los recuerdos, aquella

donde se nació y creció, de avenidas abandonadas y cuerpos mutilados; me refiero a La Paz entre 

el 2015 y el 2017, con sus olas de muertos y peligro. Es decir que tanto tiempo como espacio son

factores para el hundimiento del barco. Salir al mundo significa atenerse a los reclamos:

Esta ciudad me naufraga
estos muertos
estas muertas
me yacen
me mudan
hundida
sórdida
sus voces me reclaman
esta falta de inteligencia
de sensibilidad necesaria

Paradójicamente, la voz se reprocha su falta de sensibilidad, a pesar de que sufre los dolores de sus coterráneos como propios y alce la voz por los que fueron privados de su vida y libertad. Es imposible ser indiferente, y al mismo tiempo, parece lo más dañino en un contexto en el que todo se sale de las manos:

Le canto al miedo que me sacúdeme interpela y me mantiene
viva Al miedo que silencioso recorre la ciudad y se cuela por las ventanas

y más adelante

Y me basta para ver mi corazón como un vuelo en picada una caída crepuscular de habitantes en exterminio Y me basta para ver en mi pecho un hueco parecido a la nostalgia inundado de voces funerarias Le canto a los desposeídos porque lo han perdido todo y ahora no son nada. 

La culpa se conglomera en el cuerpo aunada a la impotencia, y en esta nueva contradicción, en esta tercera imposibilidad (teniendo así la de nombrar, la de ser y la de hacer), aparecen nuevos naufragios. 

Pero no todo es negativo. La voz se asume náufraga y al tiempo que declara su amor al mar, vislumbra un posible compañero de travesía, y tal vez, una nueva manera de experimentarla a través del amor. En su último poema postula una propuesta romántica acorde a las fluctuaciones de la realidad que se conocen, a las promesas que se difuminan al otro día. Aparece,  en el accidente del encuentro, un orden azaroso que, al no tener relación con el pasado y no proyectarse hacia el futuro, libera. Y sugiere:

estar ahí para abrazarte
no para que necesites
sino para que cierres los ojos
y tengas ganas de salir al mundo
 

Se trata pues, de una nave que, al estar hecha de mar, no tiene miedo de encontrarse a la deriva.

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Foto: Karla Sotelo, autora de Naufragios

Acerca del Autor

Paulina Solís Alvarado

Egresada de la carrera de Lengua y Literatura en la generación 2016-2020.

Ganadora del Premio Universitario de Poesía y de los Juegos Florales "Margarito Hernández Vilarino". 

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