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Escrito por Marisabel Mací­as Guerrero en Jueves, 11 Febrero 2016. Publicado en Cuento, Literatura, Narración

El canto de una pequeña ave no cesaba. Me encontraba en el estudio revisando los diarios nacionales, así que su trinar era como una invitación a volar, a despegarme.
 
Por mi posición, la espalda era el rostro que le recibía ¡Debió estar aleteando y cantando tras de mí durante una hora o más! Yo no me atrevía a voltear, y es que desde hace tiempo no me permito verles los diminutos rostros, el trazo de su vuelo. No, ya no.
 
Seguía cantando, no paraba. Yo,definitivamente, no iba a voltear, así que, sin pensarlo más, le grité: ¡Puedes pasar si quieres, la ventana está abierta, no te haré daño, soy incapaz!
Sin embargo, agregué, debo decirte que es la única entrada,y por tanto la salida. El resto de mis ventanas y puertas están selladas, me molesta el ruido de la ciudad.
 
Así que, cuando quieras marcharte, deberás encontrar tú solo el camino de regreso. Deberás descubrir cómo irte por donde llegaste. Y quiero aclarar, también, que no es que no quiera llevarte a la salida cuando desees partir, pero las avecillas como tú son casi imposibles de conducir y tienen una facilidad sorprendente para estrellarse contra los cristales… Y a mí, la verdad, me cuesta mucho deshacerme de los cadáveres.

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Marisabel Mací­as Guerrero

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