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BAILANDITO

Escrito por Jorge Manuel Agúndez Espinoza en Martes, 18 Noviembre 2014. Publicado en Anécdota, Literatura, Narración

La mesera de una pozolería; ubicada  frente a un concurrido antro; de los que abundan en Jalisco y en todos lados; a propósito de unos novios que apenas  terminaron  su  ración empezaron a  besuquearse melosamente, me contó, mientras me servía uno rojo con bolillo, que  haría cosa de cinco años,  una parejita festejaba bailando en el antro de enfrente, la llegada del año nuevo.  Y que el galán le dijo a la chava: ¡bailas chido!... yo me llamo Luís, ¿y tú?... y que la dama le dijo muy segura: llámame Clarita… que así nomás le dijera.  Y que en menos de  media hora, ella  se le insinuó abiertamente  y fueron a seguirla a otro antro.

Que un año después  en el mismo lugar; los dos, pero cada quien por su lado se la estaban pasando canela; que en una d’sas, el joven  invitó a bailar a la dama; y que al percatarse que se trataba de  la chava de la otra vez, que le preguntó  si era Clarita y que si se acordaba de él, y que para refrescarle la memoria  le dijo que  allí se habían  conocido, bailando como lo hacían  ahora…, que recordara  como  se habían  divertido  en aquella ocasión, que por su parte  él jamás olvidaría lo que pasó y que qué le parecía si terminando la fiesta repetían la ocurrencia.

Y que como la dama, no le respondía, que este le preguntó de nuevo por su nombre y que entonces la dama respiró profundo y le dijo que sí, que ella era la clarita de antes, pero  que por favor le pedía que volteara discretamente hacia su  izquierda, al lugar  donde estaba  el  hombre de sombrero tejano y botas, cuya cacha de una pistola asomaba por encimita del cinto. Y que cuando el joven  miró al hombre descrito, le preguntó a la chava que si era su padre. Y que ella  le contestó que no, que su padre  era el robusto de  gafas oscuras que estaba al lado opuesto, y que  tuviera mucho cuidado porque no le quitaba los ojos de encima,  y que el empistolado  era un guarura  que le había contratado exclusivamente para ella, porque,  por si no lo sabía, su padre ya  se había enterado lo de aquella noche de farra con él, o sea con el Luis; que ella  misma se lo había dicho,  porque de todos modos ya  le habían ido con el chisme. Así  que le aconsejaba  que al  terminar la melodía que estaban  bailando, hiciera como que le enseñaba el  «pasito tun tun» luego se fuera en  reversa, se metiera al baño, se escabullera  por la ventanita y desapareciera  de allí lo más rápido que pudiera.

Y que el Luís, hizo exactamente lo que le dijo la chica.  Pero que  al llegar al baño, al intentar  treparse en  el lavabo, seguramente por los nervios,  resbaló y metió los pies en la taza, que estaba  atascada de porquería, pero que al fin alcanzó la ventanita, y que una vez  fuera, corrió a todo lo que le dieron sus tembeleques piernas, mientras las balas le pasaban zumbando por las orejas.  Y que al llegar a su casa, se dio cuenta que despedía un fuerte olor a suciedad, pero que de momento no supo si era la que había en la taza del baño del antro o la que le  había sacado el  susto.

Que después, el chavo  se enteró que a la mujer  también le decían la barbarita y que  era hija única del  narco más sanguinario de  esas tierras. Y que desde entonces el mentado Luis, que tanto le gustaba el dance, solo lo hacía en su casa; con su hermanita de ocho años; a quien le fascinaba el pasito tun tun; pero que en cambio a él con el primer estribillo  se le aflojaban las entrañas.

 

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