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EL TIEMPO, ESA REALIDAD BRUMOSA

Escrito por Jorge Manuel Agúndez Espinoza en Lunes, 09 Septiembre 2013. Publicado en Cultura, Historia, Opinión

¡Oh  tiempo!, enigma metafísico, sustancia etérea,  inasible; realidad brumosa,  la misma que, desde la feliz fusión de los animálculos  de la pasión, habita  en cada gen de toda  criatura que habita  la Tierra, y muy particularmente en el Homo sapiens, única  plenamente  consciente de ello.

Un yoctosegundo  después de la fecundación, adquirimos el ser, e inexorablemente  la mortalidad como destino. Algunos meses después viene  el  revés primero: la expulsión  del  tibio vientre. La bocanada inicial rebana el aire y aspiramos  todo el que nos permiten nuestros pequeños pulmones. El llanto inaugura el inicio de nuestra aventura terrena. Medios ciegos, inútiles y con muy pobre coordinación motora, somos  empujados   a encarar  la vida, con el único recurso del berrinche,  que si bien resulta excelente estrategia,  también nos  surte con pellizcos, jalones de orejas, encierros, y otras maneras de corrección militarizada.  Un poco  de conciencia es suficiente  para entender que mientras permanezcamos en este planeta, independientemente de que seamos príncipes o mendigos,  el tiempo  nos golpeará sistemáticamente; por dentro y por fuera, hasta el desenlace final.

En suma son cinco  los rectos de derecha  que a lo largo de nuestra existencia terrenal estaremos expuestos todos. Así que todos somos candidatos a besar su puño.

El primero  de ellos, es la temperatura. Esta nos impacta a  todos al mismo tiempo, aunque el grado con que lo hace  depende de la latitud. En términos más comunes le conocemos como  calor o  frio. Uno u otro, más  allá de los límites soportables, puede borrarnos   de la Tierra en unos cuantos minutos. Aunque es posible  amortiguarlo,  nunca podremos controlarlo enteramente. Y   qué bueno porque  no experimentar  el rigor de sus  bochornos y heladuras, nos privaría  del  encanto de afrontarlos y vencerlos.

Si  el  calor es extremo,  como en los tórridos días de agosto del norte mexicano;  exprime de nosotros el líquido que nos mantiene turgentes lozanos y avispados; y con él se lleva también   las  sales que hacen posible el  equilibrio bioquímico y fisiológico.  Experimentamos fatiga, agobio, enfado  y malhumor. Estamos y nos sentimos hot;  La ropa se adhiere a la piel y el calzado  hornea nuestros pies. Mientras intentamos desvestirnos resoplamos, pujamos  y proferimos  improperios.  ¡Aaah el bien acuoso  viene  al rescate!: Jamaica, tamarindo, limón, naranja, granada china, chía, pepino, melón, sandia; ¿o que tal cerveza?  ¿Whay not? En cambio el frio impacta nuestra  condición de sangre caliente; nos paraliza. Recordad el extremo  rigor mortis; evidencia palpable  del final terreno e imagen por antonomasia dela muerte. Unos cuantos grados por debajo del cero de Celsius, son suficientes para enfriarnos en poco tiempo. La  calefacción  ayuda, sobre todo en países fríos, porque en lugares cálidos  no hace falta porque a menudo el sol  se convierte en abrigo comunitario. Bien por el sol astro, por las  frazadas de lana,  por las  bebidas calientes: té de menta, verde, negro, limón,  telimón que es diferente, canela, manzanilla, anís, o bien atole de maíz, o champurrado o un  tarro de  cacao con leche de cabra o un café negro  de grano.  Y bien   por las amistades cálidas, por las sonrisas francas, abiertas,  gratuitas; por los abrazos  que son  como bollos calientes en una tarde invernal. Porque han de saber que el alma también se hiela… ¿estáis de acuerdo? Perfecto  de eso hablaremos en el quinto golpe.

El segundo recto  es con el oxígeno.  Se trata de  un mazazo endógeno, paciente,  callado y  pernicioso.  Nada escapa a  su incansable  actividad  oxidante. Un trozo de hierro por ejemplo, sufre los embates de este  ubicuo  gas, por lo que muy pronto empieza a perder su identidad prístina. Poco a poco,  y dependiendo también de otros tantos factores ambientales, empieza a  transformarse en  óxido de hierro, que también le llamamos herrumbre, o moho. En  nuestra carne la oxidación es un fenómeno más complejo que en el metal citado, y además sus efectos no son tan evidentes en periodos cortos. Eso sí, es igual de pernicioso. Sucede que la actividad bioquímica produce de manera permanente radicales libres (oxígeno incompleto). La  inestabilidad  de estos radicales  carcome  la frágil dermis  de nuestras células. En algún momento su  erosiva función  nos enfermará o catapultarán a la fosa, si es que antes  la vida no nos atropella con las  mil y una maneras restantes. Estas radicales sustancias son  vasallos inseparables del tiempo, jinetes de alta entropía que cabalgan sin descanso. Noticia buena es que, aunque es imposible  desterrar  la oxidación del planeta, tanto en el hierro como en nuestros cuerpos (el temido envejecimiento prematuro, la enfermedad y la muerte) podemos retardar el proceso resultante. Bien por los antioxidantes que aportan las plantas, y que neutralizan los radicales libres, o mejor dicho los  estabilizan.  Hurra por el chile morrón,  guayaba,  acelgas, semillas oleaginosas, soya,  kiwi, tomate, berro, apio, betabel, cilantro…y muchas otras ricas en estas moléculas;  pero, también   pescado, sobre todo su cabeza y ojos. Evitemos también en lo posible el estrés psico-físico, los ambientes contaminados, el humo de cigarrillos de tabaco y/o cannabis; la exposición excesiva al sol, el consumo de alimentos con bajo valor nutricional y el abuso del alcohol.  Y ayudará sobremanera el buen hábito,  las horas de sueño necesario, la actitud positiva ante la vida,  al ejercicio constante, la risa pronta, al  equilibrio cuerpo- mente- espíritu,  y  al permanecer a buen resguardo en el buen supremo Dios.

El tercer golpe es el polvo, ese que pulula como mosca para posarse sobre  cualquier materia.  Acumulase  en nuestros pestañas, en los poros de nuestra dermis, debajo de las uñas, en el interior de nuestras mismísimas narices y en cualquier resquicio. Este polvillo es una infinidad de notariales suspendidos en el aire;  partículas de suelo, cenizas de erupciones volcánicas o de incendios;  de restos de piel,  pelusa, cabellos; o de otras mil pequeñeces  inorgánicas u orgánicas reducidas a partículas muy pequeñas que, como caudillos  de un imperio silencioso buscan cubrirlo todo. Un solo día  sin limpiar es suficiente  para constatar su   depósito en todo lo que se interpone a su paso. De continuar sin limpieza, en poco tiempo todas nuestras pertenecías terminarán en  el reino de la inutilidad.  La buena notica radica en que,  entre tanta polvareda, nos alienta al menos  que  mientras  encontremos la manera de  construir una gigantesca burbuja o una aspiradora perfecta,  podemos sacudírnoslo.

El cuarto golpe  se trata de una legión,  ubicua e invisibles a simple vista, de  feroces bestiecillas que procuran sobrevivir y proliferar  a nuestras costillas, o mejor dicho a costa de  energía ganada a fuerza de sudor y estrés, de  procesos culinarios y  moliendas sucesivas; masticación, deglución y  digestión.  A veces la invasión de estos animálculos  termina por ser un golpe mortal,  aunque más a menudo, y gracias sobre todo  a los antibióticos, solo nos restan algo de salud, y con ello alegría, ánimo…  y plata, pero bueno no nos aniquila.  Así, detrás  de un resfrió, o de una influenza, como  en otras muchas enfermedades de mayor cuidado, está un virus como  el temido  SIDA, el SARS, la gripe aviar y la influenza porcina. Noticia mala es que aun no existe cura categórica para esto agentes infecciosos; aunque sean chiquitos y sin chiste; bueno, algunos  tienen una curiosa forma de navecita espacial. Pero también nos acechan por doquier esas bestiecillas  microscópicas que se llamamos bacterias.  Al igual que los virus, buscan invadirnos, para lo cual cuentan con suficientes estrategias para lograrlo. Recordad que ellas aparecieron primero en el planeta; nosotros apenas, por lo que nos aventajan con algunos miles de millones de años. Algunas de ellas son: Salmonella enterica que tras un infección  provoca diarreas, dolor de vientre, náuseas y vómitos;  Shigelladisenterae  que desde  su aldea en agua y alimentos contaminados espera paciente, para invadirnos y martirizarnos al causar  evacuaciones con sangre; y Helicobacter pylori, que habita de manera exclusiva  en nuestro estómago, en cuyo caso se ha encontrado una relación importante entre enfermedades de este órgano y la presencia del bicho, entre los que destaca el cáncer.  ¡Ah Y  Mycobacteruim tuberculosis nos amenaza desde fuera  con su bastón de la muerte!

Contrarrestemos con  alimentos nutritivos, higiene constante, sueño reparador y  ejercicio  al aire libre. Por lo demás, abriguémonos en tiempo de frio y disfrutemos de la playa en el verano.

El quinto golpe es más subjetivo pero no menos erosivo; y acaso sea el más certero. Se trata  de las penas que nos acechan como cualquier cazador.  Estas llegan directamente  al cerebro y/o  al corazón. Una sola de ellas, mal procesada puede conducir a la depresión,  a la locura, a la postración o la muerte; o al desgano por la vida, o a la  melancolía, o  al estrés,  o a la soledad, o  al ostracismo, o  a la angustia, o  a la ansiedad, o a las drogas,  que son otras formas de muerte. Este es con mucho  quizás el golpe más frecuente e hiriente que con gran puntería nos lanza  el tiempo. Entre las penas más punzantes están las causadas por Doña  muerte, algunas veces repentinas, por  el divorcio, el desprecio, la violencia, el abandono, el engaño, por el fin de una relación sentimental, la falta de medios económicos y oportunidades. 

Mucho ayuda la risa, el buen humor, la autoestima, la fe y la esperanza y de saber que estar vivos es la más grande victoria.

Y  el amor para contrarrestar este recto de derecha, equiparable con gancho al hígado, antesala del Nocaut.  El amor dije este gran desconocido y en peligro de extinción. Hasta aquí termino porque creo que quien lee esto, es sin duda, un experto en este arte.

 

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