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La novela como río: La ruta del Aqueronte,de Eduardo Rojas Rebolledo

Escrito por Ramón Cuéllar Márquez en Jueves, 28 Noviembre 2013. Publicado en Libro Recomendado, Literatura, Opinión

Un río desemboca inevitablemente en el mar. En sus aguas arrastra la vida que se genera en su vientre, incluyendo lo que los seres humanos arrojan a su larga panza de agua. Cuando un río suena, los sentidos se despiertan y su humedad transita los rincones del mundo: nos abrevia el significado de estar en contacto con la vida. Y La ruta del Aqueronte sin lugar a dudas es el camino que no tiene fin, porque lo importante no es el recorrido y lo que forman sus cauces, sino lo que sucede y se gesta en su vientre. Eduardo Rojas Rebolledo es el creador de este río o, mejor dicho, de esta ruta del río.

El libro de un amigo es más que un objeto recién salido al mundo. Cuando Eduardo envió mensajes por Internet para compartir el gusto de su publicación, no dudé en adquirirlo en línea. Me dio alegría saber que uno de mis entrañables amigos había logrado que una de las editoriales más importantes y conocidas lo estuviera impulsando. Este reconocimiento para Eduardo, pienso, es un reconocimiento por su trayectoria y su tenaz insistencia en escribir novelas. Lo veía en aquellos años en que éramos estudiantes en la ciudad de México, en la calle Tajín de la colonia Narvarte: su agudo sentido del humor se combinaba con su acidez y visión por ciertos aspectos de la vida cotidiana. Esto pronto se comenzó a ver en sus primeros textos. La fuerza y el ritmo literarios, aunados al inteligente desnudamiento de los más ocultos deseos de la naturaleza humana, se vieron reflejados desde el inicio en aquella propuesta de esa época: A doble llave.

Lo veía ir y venir por las noches, de cuarto a cuarto, primero en el departamento de azotea y luego en del primer piso del mismo condominio, con los ojos llenos de incógnitas, buscando rutas de acceso para continuar con sus historias. Eran los años en que Eduardo se preparaba para llegar al libro que hoy presentamos: La ruta del Aqueronte. Antes, pasó por la experiencia de dos libros de cuentos que sin duda han sido el preludio de su solidez literaria: De luces y sombras (1994)y Cuentos crueles (2004). En ambos vemos los atisbos de lo que significa la historia, en especial la mal llamada Edad Media. Eduardo ha tenido la paciencia del relojero y la agudeza del escritor para descubrirnos un mundo que muchos creemos oscuro, pero que a través de sus historias nos percatamos de que esto no fue más que una reacción del Renacimiento europeo, en su necesidad de transformar el mundo. El medioevo de Eduardo Rojas Rebolledo es una brújula para explorar los más intrincados mecanismos de las actitudes humanas, que se embellecen por un lado y desvelan sus partes ocultas o en tinieblas por otra.

Hay dos ritmos narrativos que me llaman la atención en la novela de Eduardo. Primero está el tono festivo y los giros lingüísticos que me hacen ver que su paso por la poesía fue fructífero. Luego está el estilo fuerte, sarcástico, crudo, de un lenguaje que no pretende ser amarillista y efectista para lograr la atención del público lector, sino más bien para poner en el centro de la discusión lo que sucede con las relaciones humanas y los resortes que motivan las atrocidades a las que se puede llegar. ¿Qué conduce a los seres humanos a cometer los peores crímenes, a realizar las guerras más sangrientas? ¿Qué nos lleva al conflicto entre unos y otros? Eduardo responde a estas preguntas a lo largo de su ruta por el Aqueronte, donde la historia central son muchas historias, porque recoge la vida cotidiana como una cosecha de respuestas a sus incertidumbres personales.

El tono festivo con que arranca la novela poco a poco se va diluyendo al adentrarnos en la conducta de los personajes. Las historias terribles que se cuentan nos hace volver a la idea del río: Eduardo nos denuncia que en la ruta del Aqueronte los desechos y miserias son exclusivamente humanos. Paulatinamente entramos como en un túnel para descubrir con horror que los espejos son algo más que las proyecciones de nuestras imágenes: son el resultado de nuestras actividades diarias. El sentido escatológico con el que se pronuncia Eduardo en algunos pasajes no son fortuitos, tienen la intención de hacer hincapié de que la Historia no está revestida de héroes sino de cotidianeidad; y lo hace en los dos sentidos del término: por un lado escatología, en su acepción literal, significa “discurso sobre las cosas últimas”, que se refiere a la vida después de la muerte y a la etapa final del mundo, en su sentido teologal; y por otro en su sentido excrementicio o estercóreo.

La forma en que Eduardo cuenta, nos remite a las voces juglarescas que tienen más que decir que callar. Y lo hace con una voz descarnada, dolorosa, cruel, violenta en más de un aspecto: nos muestra que la naturaleza humana puede rebasar el límite de lo socialmente correcto en cualquier momento. La escena de la violación es muy perturbadora, por ejemplo. Así, a través de esta novela leemos y descubrimos con susto que los seres humanos podemos llegar a ser lo mismo en cualquier tiempo, no importando la clase social o el credo.

Asimismo, Eduardo nos conduce a lo largo de su relato con sobrada libertad de estilo, pero sobre todo con conocimiento profundo de lo que dice. Sin duda la sabiduría con la que habla Aira de Silos, el personaje principal, en Zamora, en la España de 1282, es el reflejo de la dedicación y el esmero que Rojas Rebolledo ha puesto en sus lecturas e investigaciones. Tal vez por ello encuentro un cierto paralelismo con El nombre de la rosa, de Umberto Eco, donde la época, las costumbres y las relaciones humanas coinciden del algún modo con La ruta del Aqueronte, pues resaltan a la vista el misterio, lo sagrado, lo prohibido, la soberbia, el amor frustrado.

La dualidad de la relación Dios-Demonio es la base de creencias con que se manifiestan los hombres y mujeres de la Edad Media. Hay un miedo terrible a lo maligno, a los espíritus, a las brujas, a lo desconocido, que se manifiesta en la propensión a la reproducción de monstruos paridos por mujeres cuya reputación ha sido catalogada siempre por los hombres. De hecho, la mayor parte de la visión de la vida medieval es masculina, pues todo gira alrededor de los miedos e inseguridades que los hombres tienen con respecto a las mujeres. Por ello podemos intuir por qué existen las brujas: por el desprecio de los hombres hacia cualquier postura inteligente de las mujeres. La violación a Jimena, el amor roto de Aira de Silos, es un ejemplo de ello. Por eso podemos afirmar que los misóginos inventan a las brujas para justificar sus miedos, sus torpezas, sus estupideces y sus barbaries. Algunos hombres han preferido esa mentira para proteger y ocultar su temor de perder un poder que han creído siempre como un privilegio de estirpe. Así, la utilización del Mal o el Demonio, es en realidad un elemento coercitivo que sirve para someter a través del miedo. Hoy en día el concepto de Demonio ha adquirido distintos matices, pero en esencia tiene el mismo fin. Así como el poder político de hoy acusa de terroristas, de violentos a quien se oponga a sus formas de pensar, así la Iglesia acusaba (y acusa, de hecho) de posesión demoníaca a quien se opusiera a sus preceptos morales y creencias religiosas.

Es útil mencionar que, aunque no es el propósito de la novela, también encontramos ciertas similitudes con La divina comedia de Dante Alighieri, principalmente donde el amor es uno de los detonantes y motivos de la narración; el ideal del amor es la base, pero se distancian en cuanto a la visión íntima de cada escritor. 

Hemos olvidado que el móvil más importante y pretexto de este libro es la reliquia de san Pedro y el relicario que sirve para narrar las aventuras y desventuras terribles que suceden en La ruta del Aqueronte. Como un gusto muy personal, la vieja idea del proyecto de esta novela me atraía por la significación profunda de una crítica hacia una institución dinosauria: lo que ese relicario contenía eran los testículos de san Pedro. La idea pudiera parecer un tanto cómica y pretendidamente blasfema, pero si nos detenemos un poco, veremos que en realidad lo que encierra es la crítica feroz a la Iglesia por su falta de congruencia hacia la sexualidad y lo fragmentada que se encuentra debido a sus creencias de doble moral. Pero esa era otra historia. Tendrán que leer la novela para descubrir lo que ese relicario llevaba, que, por otra parte, representa el poder ostentoso y pudiente de la Iglesia católica.

 

Rojas Rebolledo, Eduardo, La ruta del Aqueronte, México,

Fondo de Cultura Económica, (Colec. Letras Mexicanas), 2006.

 

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