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Y seguimos pidiendo la palabra: AGUA LA BOCA, AMOR A SORBITOS

Escrito por María Luisa Vargas San José en Miércoles, 10 Agosto 2022. Publicado en Cultura, Literatura, Narración, Poesía, Y Seguimos Pidiendo la Palabra

Quién me iba a decir que me iba a enamorar tanto. La primera vez que lo conocí me pareció tan arrogante y tan sobrio, tan reconcentrado en sí mismo, tan amargo… sin embargo, su perfume me resultó tan seductor que lo odié y al mismo tiempo me encapriché con él.

Por su parte, este sujeto nunca ha tenido dudas, es simplemente irresistible y lo sabe. Como mis padres, mis tíos y hasta mi abuela, se mostraban encantados con él, decidí darle una segunda oportunidad, y una tercera, y luego una cuarta. Que no se diga que no comencé desconfiando. Empezamos siendo un poco amigos, de hecho, me acompañó con mis camaradas en nuestras confidencias de secundaria, y también mientras me agobiaban las tareas interminables de la escuela…poco a poco se ganó mi corazón. Ha sido un amante ideal.

Desde hace años nuestros encuentros diarios en las mañanas me dan el empujón que necesito para empezar el día con una sonrisa placentera que me delata. Soy feliz en las mañanas porque una pequeña taza de café me quita el sueño y me deja con el alma consolada y lista para la faena.

Yo, como los italianos, lo prefiero: Negro como el diablo, caliente como el infierno, puro como un ángel y dulce como el amor (nero come il diavolo, caldo come´l  inferno, puro come un angelo, dolce come´l amore).

Un café personifica la cortesía más elemental cuando alguien llega a casa, pues ofrecer y aceptar un café no se le niega a nadie y es la fórmula más inocente y delicada de iniciar lo que sea que vayamos a iniciar. Sus vapores incitan a la conversación, en los posos se quedan escritas nuestras historias, en la ligerísima capa de espuma que lo corona cuando está recién hecho vibran las burbujillas de la lucidez, y en cada sorbo podemos obtener el tiempo preciso para atrapar esa palabra que se nos anda escapando.

El café incita y excita sin emborrachar, quizás es por eso que sea la bebida del Islam, como el vino es cristiano. Por mucho café que tomemos nunca nos pondremos tan tontos como cuando abusamos del vino, nerviosos como ardillas eso sí, irritables y a lo mejor gritones y temblorosos como mandriles, pues también; pero podremos seguir discutiendo de política o de peores cosas sin perder el estilo ni la astucia, sin desvariar ni pasar las vergüenzas de los beodos, acaso por ello, los cafés han sido siempre lugares de expresión libre y polémica, de peligrosa comunicación inteligente e intelectual.

Voltaire adoraba el café, y cuando algún aguafiestas le aseguró que era un peligro para la salud, contestó con la agilidad que siempre lo caracterizó: “El café, puede que sea un veneno, pero debe de actuar de forma muy lenta, porque hace 85 años que lo tomo y me sienta muy bien”   (García Curado, 1999.37)

El café maravilló a Europa desde mediados del siglo XVII, su placentera energía lo hizo imprescindible para aquellos que tenían un trabajal espantoso; Johan Sebastian Bach lo necesitaba vía intravenosa para poder despertar todas las mañanas, ya que además de tener 20 hijos, era el Kantor de Leipzig, puesto que le exigía organizar la música para cualquier cantidad de festejos civiles y religiosos, dirigir la correcta ejecución de ésta y además, encargarse tanto de la preparación de los coros como de las orquestas, sin contar con que él mismo era el responsable de la educación musical de numerosos pupilos, ejecutantes y compositores jóvenes que venían desde lejos a aprender del gran maestro en el Collegium Musicum. Un par de cafeteras completas, y Bach podría, a pesar de tener tanto que hacer, darse el gusto de componer piezas profanas tan divertidas como la “Cantata del Café” (1732-34)

(Consultar: Bach - Coffee Cantata ''Schweigt stille, plaudert nicht'' BWV 211 - Final Chorus – YouTube)

Ahora bien, del café yo me despido temprano, es que hay que llevarle corta la rienda, de plano no me animo a verlo después de las 7 de la tarde, porque con tantos antioxidantes y cafeínas, goza del don de la eterna juventud y no para nunca, tiene cuerda para toda la noche, y una también necesita dormir, yo digo, y no andar por el mundo loca como una cabra de esas que en Abisinia se comieron las cerezas de un cafeto y se pusieron a brincar por ahí causando la sorpresa de su pastor, que llevó los granos al abad más cercano, quien después de infusionarlos los probó, y tan horrible le supo este brebaje que tiró todo al  fuego… al tostarse los granos,  un irresistible aroma invadió la estancia y capturó su alma para siempre, así descubrió la alquimia de la más perfumada euforia que el mundo árabe tuvo a bien obsequiarnos. 

En realidad este cuento de las cabras es solo una versión del origen del café, hay algunas mucho más sugerentes, como aquella que dice que estando el Profeta Mahoma cansado de su ardua labor, cayó en un pesado letargo del cual era imposible despertarlo, con el consiguiente peligro de que su misión en la tierra quedara truncada, y viendo por el bien del pueblo árabe, el arcángel Gabriel le hizo beber una buena dosis de ese café moro tan súper poderoso, negro como la piedra sagrada de la Kaaba,  que no sólo le despertó sino que además le dio energía para vencer a 40 guerreros y después pasar a satisfacer a 40 mujeres de un solo tirón. Asombroso es el café, sin duda.

Tanto que el mundo árabe se cuidó mucho de controlar su monopolio, cuando los sacos de café salían del puerto de Mokka (Yemen) para su comercio hacia la India y Turquía.  Antes de salir de casa los granos se preparaban tostándolos o dándoles un buen hervor para evitar que pudieran germinar en otros lares, pero el contrabando siempre ha sido una ocupación lucrativa, algunos aventureros se jugaron la cabeza y sacaron clandestinamente arbolitos y semillas que descaradamente florecieron fuera de Arabia, con lo que su monopolio terminó hacia 1690 y el mundo entero comenzó a experimentar el cultivo de esta maravilla. Los primeros propagadores fueron los holandeses, que llevaron las plantas a sus colonias en la Guayana Holandesa, Ceilán e Indonesia, buscando las tierras altas y templadas que tanto le gustan al café.

Además de los holandeses, los ingleses y franceses también consiguieron aclimatarlo en sus alucinantes jardines botánicos, invernaderos exquisitos que acogieron toda clase de plantas exóticas en París, Londres y Ámsterdam.

El cultivo del café se extendió en Brasil, Colombia, México y en todas las zonas altas de la América Central, Costa Rica, República Dominicana, Cuba, Guatemala, Colombia.

Sin duda, el café es un placer que perfectamente se puede experimentar a solas, junto a la ventana mientras vemos llover, pero como la gran mayoría de los placeres de que se tenga registro, en compañía es mejor.

Para 1645 las cafeterías de la antigua Bizancio ya habían hecho historia y el concepto llegó a Venecia, en donde se instalaron los primeros salones de degustación y reunión, precursores de los famosísimos Café Florián y Café Cuadris, que, instalados en plena Plaza de San Marcos, siguen alimentando el alma, el cuerpo y las palabras de quienes traspasan sus venerables umbrales.

Inglaterra no se quedó atrás, en 1650, parece ser que en la universitaria ciudad de Oxford, un estudiante quedó maravillado al observar el ritual que el obispo de Esmirna, de paso por la ciudad, llevaba a cabo para preparar su café, habiendo probado esta poción mágica, la recomendó a todos sus compañeros para conseguir permanecer despiertos no solo durante las eternas clases sino en las terribles vísperas de exámenes.

Para 1699 los ingleses se habían convertido en unos cafeinómanos empedernidos y en Londres había unos tres mil cafés que despachaban desde la mañana hasta la noche a sus parroquianos mientras se charlaba de todo lo imaginable, había cafés en donde se reunían los hombres de negocio y otros a donde iban  los artistas, filósofos e intelectuales, médicos o clérigos, todos tenían algún café de su preferencia en donde poder ir a confrontar sus ideas con los colegas que se encontrarían allí.

En Francia, el café tardó un poco más en conseguir la fama, pero una vez que Louis XIV envió una planta a sus colonias en La Martinica y que dicha plantita generó frutos de exquisita calidad, la corte entera se rindió al placer del café.

 

 

Bibliografía

García Curado, Anselmo. 1999. Cafetines con Pedigrí. Barcelona. Pg. 37 

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