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Calle

en Sábado, 26 Enero 2019. Publicado en Literatura, Narración, Poesía

Ahora con Horacio en el hospital, he tenido la oportunidad de caminar esta ciudad llena de árboles enormes y plantas que se asoman a cualquier provocación. Claro que extraño a Horacio, la comodidad y la rapidez, pero su resfriado (pulmonía) me obliga a recorrer a suela viva las banquetas y es que caminar una calle, conocer la ciudad a pie, es casi tan emocionante como desnudar un hombro, como meter la mano bajo la sábana y hacer contacto con otra piel. Andar en auto nos impide ver la cara de las gentes, los detalles de las casas, las elevaciones que se forman en las banquetas porque a los árboles les vale madre que pongan límites y crecen sus raíces hasta romper el cemento. Esta tarde he seguido a una ardilla de cerca, ella camina como malabarista por la orilla de una barda con mucho cuidado, hace equilibrio con la cola y voltea a todos lados, de repente una lata de coca cola interrumpe su paso, se queda quieta, regresa un poco, se inquieta, no sabe qué hacer, decide bajar, brinca y camina unos cuantos centímetros a mi lado, después trepa otra vez. Odié esa lata de coca cola. En una esquina me topé con un hombre mayor, dormía sentado en una banca de cemento, el olor a mugre, a fétido era casi insoportable, estaba rodeado de botes y bolsas de plástico, ¿dónde está su gente? ¿dónde estamos los humanos?
La vida está ahí, afuera, en la calle, sobre las banquetas, ahí donde he visto chavos bailando, haciendo batucada, ahí donde ayer escuché jazz , ahí donde la loca del pueblo se mecía al ritmo de “I will survive”, ahí donde la ciudad late, vibra, siente, duele.

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