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Y seguimos pidiendo la palabra: DE LOS DIÁLOGOS DEL ORTRO. XXIX Y XXX (21-Jun-14)

Escrito por Ramón Cuéllar Márquez en Sábado, 21 Junio 2014. Publicado en Literatura

29

 

—Qué milagro, ¿qué haces por acá? —escribió Jano.

—Pues ya ves, todavía viviendo.

—Leí tus mensajes… me tenías preocupado.

—Gracias… Federico controla el asunto… retiré la demanda… Nada se puede hacer.

—Lo sé.

—Sí, Jano… si abro la boca, hundo a muchas personas y le hace daño a mi mujer… Federico se involucró con una gran cantidad de grupos… Por otro lado, acaba de empezar un movimiento en contra de las elecciones.

—Pues no sé qué pase, Polo… por acá los medios de comunicación afirman que nuestro candidato ganó la elección… Dicen que el presidente en funciones y el perdedor aceptaron la derrota… Hay un triunfador y no son ellos.

—Eso es imposible… los medios de comunicación ya se pronunciaron por el otro… incluso le entregarán su constancia de mayoría…

—Acá dicen lo opuesto.

—¡Válgame!, ¿pues de qué carajos se trata todo esto!

—Tal vez haya retrasos en la información… pero ni que fuera la época de la Colonia para que tardara tanto… es plena Era Cibernética.

—La cosa acá es muy real porque se levantaron plantones a lo largo de la Avenida Transformación en señal protesta…

—No entiendo… Helena y yo lo hemos visto con nuestros propios ojos… Te he mandado fotografías… algunos vínculos donde dan las noticias más recientes… ¿No lo has recibido?

—No, para nada. He recibido correos tuyos como siempre, pero no ésos.

—Qué extraño.

—Sí, demasiado anormal porque por más que busco no hay lo que dices en internet… ¿por qué dar una noticia así?...

—Te he enviado varios portales de medios informativos donde detallan todo…

—Pues no hay tal… al contrario, me topo con notas muy diferentes…

—No lo entiendo…

—Ni yo, créeme…

Jano apagó la máquina yendo hacia la recámara. Le vino a la cabeza la imagen de un valle blanco que se extendía por un horizonte de cuatro lados.

—Sí existe el final de la Tierra —consideró, sonriendo por la ocurrencia—, la cama es el símbolo de eso.

Recogió la sábana para meterse junto al tibio cuerpo de Helena. La abrazó con cierta fuerza, haciendo que gimiera con suavidad. Su suegro había desistido de los mensajes en el parabrisas, aunque en lo profundo una especie de volcán quería hacer erupción para amoldarse en forma de palabras. “Parece que todo se hubiera invertido, como si las cosas se salieran de control.” Miraba arriba, su refugio temporal desde hacía días, donde descansaban sus dudas, donde resolvía, enredaba, mezclaba sus problemas. “Tengo que dejar de buscar respuestas en el techo y volver a la realidad.”

Al amanecer Jano se levantó para ir a la computadora. El cursor latió como una pequeña criatura que respiraba, sístole y diástole, vertical y derecha. Su novela El caballero se ha posado seguía esperando una respuesta editorial. Empujó el teclado: la desazón hacía estragos.

 

 

 

30

 

Urge que nos veamos. Es necesario un acuerdo. En el lugar del Gran Gusano Naranja. D.

 

Se había esfumado desde la elección y ahora aparecía de repente, pidiéndole verse. El sobre lo encontró en la entrada de la puerta de su casa.

Llegó a la estación del metro indicada por el hombre. “Abajo del reloj.” Era un mal sitio para verse con alguien que se escondía tras una gabardina, que usaba lentes oscuros para cubrirse el rostro. Seguía pareciéndole una imitación de Rafael Bernal. Los trenes naranja pasaban cada dos minutos. Descendía gente en tumultos, empujándose, sudando, molestos por ir prácticamente enlatados. Dentro de los vagones: miradas con miedo, unas lascivas, otras más rastreando objetos de valor para arrebatarlos. En la bajada se consumaba la acción: una mano pasaba por los senos de una mujer para apretárselos; otra cortaba la bolsa de mano extrayendo lo que podía, otra más robaba la cartera de un hombre atónito de multitud. El reloj marcaba la hora. Por el fondo del pasillo una figura se deslizó entre los pasajeros de la última parada. Era él. Conforme avanzó, las miradas curiosas no dejaban de observarlo.

—¿Nos vamos? —ofreció el hombre.

Se abrieron paso para luego perderse en las escaleras que daban a la salida. Una vez afuera, Polo vio más de cerca a quien lo había citado por tantas semanas. Había poca certidumbre, pero cuando menos le quedaba el consuelo de que pertenecía a su gente. Las manos eran pequeñas, el caminar era más o menos suave, como si no tocara el suelo. El hombre señaló con el dedo un lugar donde platicar.

Entraron a un pequeño bar que se encontraba en penumbras. Las siluetas de los clientes se vislumbraba entre el humo de los cigarros. El hombre escogió la mesa del rincón más oscuro.

—¿Le gusta el misterio, verdad? —inquirió Polo, intrigado por la actitud de su acompañante.

—Sólo me cuido de ciertas personas.

La voz salió en forma de susurro. Por primera vez Polo percibió en el timbre algo en lo que hasta entonces no había reparado: la fingía. Era en realidad más aguda que grave. Se fijó con detenimiento que el cuello de la gabardina protegía el rostro; únicamente se veían las gafas.

—Como dije la última vez, necesito que me permita tomar fotos a los paquetes que guarda en su casa —dijo el hombre.

Polo se limitó a rascar la mesa.

—¿Entonces? —insistió el hombre.

—A mi esposa la secuestraron por esos paquetes que quién sabe qué demonios contienen.

—Sólo serán unas cuantas.

—Federico se enterará de inmediato que fui yo si las dan a conocer.

—Las fotografías son para más adelante.

—De igual modo, tarde o temprano se dará cuenta. Además, ¿cómo confiar en usted?, ni siquiera me ha dicho su nombre, sólo una letra.

—Llámeme Dagnino.

Polo retuvo el nombre, tratando de relacionarlo con algo familiar. En ese momento estaba muy lejos de recordar porque se sentía aturdido. Sonaba italiano, casi latín; pensándolo bien podría evolucionar a dañino.

—¿Es apellido?

—Sin preguntas, le aseguro que puede confiar en mí.

—¿Ve a lo que me refiero? Me dice lo que sucede en este momento, jamás lo que se hace alrededor.

—No puedo hablar mucho; a la larga me lo agradecerá.

—Bien, supongo que tendré que esperar. ¿Cuándo tomará las fotos?

—De hecho pensaba en que usted lo hiciera.

—¿Está loco?

—Se levantarían menos sospechas. Si lo ven entrar conmigo, alguien lo delataría; le aseguro que no pasará nada, usted vive ahí.

—¿Qué tal si instalaron pequeñas cámaras o micrófonos?, existen posibilidades.

—Buscaré una solución, por ahora sólo dígame si acepta.

Polo calló, mirando al hombre con perplejidad.

—Lo haré, nada más que la entrega será con absoluta discreción.

El hombre se puso un par de guantes; se despidió de él con un ligero apretón de manos.

—Es importante lo que hace en beneficio de la causa.

—Como dije, ojalá la causa no termine matándome.

Al salir del bar, Polo se percató de que el hombre había desaparecido. Caminó unas cuadras reflexionando sobre la propuesta. Tal vez se apresuró a decir que sí, como siempre. De cualquier modo era la mejor opción, dadas las circunstancias. Echó un vistazo para buscar al personaje: tuvo el impulso de seguirlo para indagar más. Se conformó con aproximarse a unas carpas muy cerca de ahí. Los rostros aparecieron como sacados del agua: sonrisas, tensión, juegos de ajedrez, televisores exhibiendo documentales, mamparas, pizarrones y periódicos murales con información variada referida al mismo tema. Era la Avenida Transformación. Había una sala de conferencias improvisada: se sentó unos minutos, pero luego se paró, aburrido.

Entró a su casa con la oscuridad a cuestas. Fue a la cocina para prepararse algo de comer. El recuerdo de Rocío arribó como una secuencia de fotos instantáneas. Lo inundó un profundo vacío cuando relacionó la comida con ella. Sacudió la cabeza para espantar lo de cada minuto, cada hora. Se dirigió a su estudio. En el recorrido observó de reojo los paquetes apilados. ¿Para cuándo quería las fotos el hombre? Arriesgarse con una cámara convencional era lo más inapropiado, así que debía encontrar un modo. Dudó unos segundos de ponerse en contacto con Jano. Prendió la máquina. Era temprano para él. Dio varios cliques, sin encontrarlo. “Ya estará dando clases.” Abrió su correo para enviarle una nota donde detallaría los últimos eventos. Escribió sobre la Avenida Transformación y sobre las carpas. Le rogó que se comunicara con sus amigos o familiares en caso de que todo se complicara. Luego quiso escribir unas líneas, el primer párrafo de una novela que en ese momento no llegó.

 

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